Cementerios de Madrid: General del Norte

 

Si bien es cierto que el cementerio de la Almudena lleva acogiendo almas desde hace más de un siglo, hay que decir que antes que él, cuando la ciudad de Madrid no era la gran urbe en la que se ha convertido, había diseminados por la ciudad un pequeño ramillete de camposantos; lugares donde hoy en día se erigen edificios, grandes almacenes o zonas de aparcamiento.

 

Hay que tener en cuenta que los primeros cementerios extramuros, tal y como ordenaba la Cédula Real de Carlos III, no fueron efectivos hasta que José Bonaparte instó a que se cumpliera. Hasta entonces los enterramientos se efectuaban en el interior de las iglesias (para los más pudientes) o en su defecto, en pequeños terrenos anexos a estas cristianas casas. Cuando éstos se saturaban de cadáveres se efectuaba la llamada “monda de cuerpos”: el cadáver era exhumado y sus restos eran llevados hasta un osario general.

Ya en el resto de Europa comenzaban a brotar los primeros cementerios fuera de las urbes; hay que tener en cuenta que esa época las ciudades eran lugares con una gran deficiencia higiénica que, sumado a la contaminación de las fábricas en plena Revolución Industrial, hacía que la tasa de mortalidad fuera especialmente alta respecto a otras pequeñas ciudades ubicadas en el campo.

En Madrid tuvieron que esperar hasta principios del siglo XIX; como ya hemos mencionado Carlos III lo intentó, pero no fue hasta el reinado de José Bonaparte, que vino con nuevos aires europeos, cuando vieron la luz dos de los primeros cementerios de la ciudad: los cementerios Generales del Norte y del Sur. Vamos a conocer un poco más a fondo uno de ellos, el que se considera el primer cementerio construido en Madrid, el General del Norte.

Este Cementerio General del Norte fue sufragado en parte por los madrileños, ya que se les pidió un óbolo para poder empezar la construcción, y el pueblo de Madrid colaboró con 426.060 reales, dinero que fue devuelto a sus correspondientes donantes a partir de 1831. El alcalde de Madrid, Santiago de Guzmán y Villoria, tenía el propósito de construir cuatro cementerios en la Villa, que llevarían los nombres de San Carlos, San Luis, San Fernando y San Antonio, nombres escogidos en homenaje al rey Carlos IV, la reina Maria Luisa, y los Príncipes de Asturias, Fernando VII y Doña María Antonia de Nápoles. Todos estos estarían basados en la necrópolis de Turín, pero la dejadez, desidia, y la mala época, hizo que se limitara sólo al Cementerio General del Norte, viéndose estas obras interrumpidas en 1808. No fue hasta el 4 de Marzo de 1809 cuando José Bonaparte impuso la creación de estos cementerios en toda España, y en Madrid, la necesidad de tener uno en el Norte y otro en el Sur, como ya pasaba en París.

La zona asignada para el camposanto se consideraba fuera de la población y así lo proyectó el arquitecto Juan de Villanueva. Inspirado en el cementerio parisino de Père Lachaise, la necrópolis General del Norte fue el primer cementerio en construirse en Madrid, conocido también como el cementerio de la Puerta de Fuencarral. Tenía su entrada principal en actualmente conocida calle de Magallanes (cerca de la glorieta de Quevedo). El cometido del primer cementerio de Madrid era acoger las almas provenientes de las parroquias de Santa María, Santiago, San Martín, San Ildefonso, San Ginés y otras cuantas diseminadas por la zona norte de la ciudad.

Para ello Villanueva introdujo un modelo de enterramiento muy habitual en el resto de Europa, el sistema de nichos, más práctico teniendo en cuenta el espacio y el número de fallecidos en la ciudad. Diseñó el recinto dividido en varios patios descubiertos en cuyas paredes se iban distribuyendo las hileras de nichos; algunas de ellas disponían de una considerable altura, haciendo que los sepultureros se las vieran y se las desearan cuando tenían que enterrar en el último nicho. Como todo cementerio, la capilla tenía su gran parte de protagonismo, y la perteneciente a este ya desaparecido cementerio poseía un magnifico pórtico de granito.

 Incluso acogió entre sus muros a personajes ilustres, uno de ellos nada más y nada menos que Mariano José de Larra, cosa rara, porque ya es de todos sabido que Fígaro se suicidó, y los suicidas no tenían cabida en camposantos católicos. El caso es que Larra no debió quedar tranquilo en lo que se suponía iba a ser su última morada, posteriormente sus restos fueron trasladados al Sacramental de San Nicolás, para casi un siglo más tarde volver a viajar, está vez (y esperemos que la última) a la Sacramental de San Justo, donde descansa en el Panteón de los Hombres Ilustres.

También estuvo enterrado en este cementerio, bueno, al lado, el Marqués de San Simón; su hija, compró los terrenos colindantes a este cementerio para poder erigir en él un panteón para su padre. Aceptada su solicitud, encargó a la Real Academia de San Fernando la construcción de este mausoleo. El mom¡numento representaba una pirámide egipcia, circular y estriada, hecha en mármol y decorada con jaspe. Estaba rodeada de cipreses, y en sus caras unos grandes cuadros de mármol, con leyendas e insignias militares, además del escudo familiar, decoraban la pirámide.

Ampliado varias veces a lo largo de su vida, el cementerio del Norte fue testigo silencioso del gran crecimiento de la población; tanto es así que el 1 de septiembre de 1884 tuvo que cerrar sus puertas por no poder acoger más almas entre sus muros. Unos años más tarde, en la capilla del cementerio, se instaló la parroquia de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores. De nueva creación, allí estuvo hasta que se pudo construir una nueva sede en la calle San Bernardo. Esto sucedió a principios del siglo XX , provocando que entonces decidirán proceder a la demolición del conocido cementerio de la Puerta de Fuencarral.

A lo largo de los años acogió distintas edificaciones, para actualmente ser ocupado por un gran centro comercial de una conocida marca. Hoy en día los madrileños podríamos disfrutar y pasear por uno de los cementerios más antiguos de Europa, en la línea del bellísimo Père Lachaise aunque no es posible, pues el crecimiento de la ciudad se comió literalmente este recinto de descanso para dejar paso a un día de compras, una pena.

 

Clara Redondo

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