La fiesta de los ataúdes

Trasladémonos a la Inglaterra del último cuarto del siglo XIX. Los cementerios ingleses están abarrotados de cuerpos en descomposición que provocan olores nauseabundos. Médicos y especialistas se debaten entre seguir las indicaciones de enterrar a dos metros bajo tierra para que las aguas no se contaminen o hacerlo tan solo a apenas un metro pues la descomposición se hará más rápido y los olores acabarán antes. 

No todo era glamour y buenas costumbres como veis. 

En Londres tenían un especial problema con los entierros y los cadáveres. Hacia 1850, más de 200.000 personas habían sido enterradas, como era costumbre, en el jardín de su casa o en los “churchyards”, cementerios que nacían alrededor de las iglesias en los que descansaban sus feligreses. 

El problema del olor y las enfermedades no se saltaba ninguna pituitaria de ninguna clase social. Y aquí llegan los protagonistas de nuestra historia: el Doctor Francis Seymour Haden y el Duque de Sutherland. 

El Dr. Haden era cirujano y grabador, sobre todo esto último. Se casó con la hermana de James Whistler y ambos trabajaron juntos. 

Como buen médico, el problema de salubridad que existía en la ciudad le provocaba quebraderos de cabeza: llegó a enterrar cadáveres de animales a diferentes profundidades en su jardín para estudiar su descomposición. Con estos datos, sugirió que los enterramientos se hicieran a apenas un pie de profundidad en vez de la los 4 1/2 obligatorios hasta ese momento (más tarde subieron a los “6 feet under”, medida que quedó establecida hasta hoy en día).

Otro de los problemas que tenían era que al utilizar féretros de hierro o de maderas tratadas de difícil descomposición, el cuerpo tampoco lo hacía, por lo que el Dr. Haden inventó primero un féretro de papel maché, de fácil descomposición pero de ligera estructura, y más tarde, los ataúdes de mimbre. 

El mimbre dejaba respirar al cuerpo y descomponerse junto a él, pasando a formar parte de la tierra ambos en su rápida descomposición solucionando así parte del problema. 

Y esta idea le encantó al Duque de Sutherland. Conocido por ser excéntrico, llevar una vida loquísima y tener cantidades ingentes de dinero, le encantaba conducir locomotoras e inventó un camión de bomberos y trabajó como voluntario. 

¿Y qué se le ocurrió para promocionar la idea de los ataúdes de mimbre? 

Estamos en la época victoriana: una fiesta. 

Así el Duque de Sutherland reunió a sus amigos de las altas esferas en el jardín de su casa, el jueves 17 y el sábado 19 de Junio de 1875 entre las 4 y las 6 de la tarde, para que conocieran de primera mano, allí expuestos, los nuevos féretros de mimbre que querían poner de moda. 

Los invitados fliparon, claro, pero allí se presentaron. 

El problema para vender los féretros era que la clase alta no estaba en contra de la incineración; al contrario, les parecía bien para reducir espacio y acabar con los olores, pero el Dr. Haden que era un enamorado de la naturaleza, más bien veía que la fusión del cuerpo con la naturaleza lo que iba a hacer era enriquecer la tierra y darle un bonito final a cualquier cuerpo antes que reducirlo a un montón de cenizas que ni significaban nada, ni beneficiaban. 

Pero aún así, el Duque y el Doctor lo dieron todo preparando la fiesta. Con el mismo formato que el programa de un concierto, se entregó a los invitados una descripción de los féretros, su utilidad, propósito, pros y contras. 

La fiesta de los ataúdes

En este “programa de mano” también se indicaba cómo debía ser enterrada la persona: cada féretro iría acompañado de una banda de plomo en la que se grabaría el nombre y la fecha de fallecimiento; esta a su vez sería colocada alrededor del cuerpo del difunto para evitar movimientos, que se profanase el cadáver y que se pudiera reconocer los huesos de la persona fallecida una vez descompuesto. 

Pero no nos imaginemos estos ataúdes como cestas de picnic rellenas de fiambre: sus féretros estaban forrados de liquen y musgo, para que la visión fuese más “Ofelia en el agua” que “Oso Yogui enterrando su botín”.

La fiesta de los ataúdes

La idea de los entierros para Haden también cambiaba: las damas de la familia envolverían el cadáver en un sudario ligero, lo colocarían en este cesto de cuento de hadas y todo sería más alegre y ligero que los entierros hasta el momento. 

El jardín estaba plagado de estos féretros de todos los tamaños, formas y colores, sencillos o con mejores acabados; ataúdes para hombres corpulentos, mujeres, niños, enfermos contagiosos con doble de carbono activo… todo con la promesa de que en un mes serían absorbidos por la tierra. 

Nunca llegaron a triunfar más allá de ser utilizados como ataúdes de transporte, pero todos los invitados a aquella fiesta nunca olvidarían aquella muestra. 

Si hacéis clic sobre la imagen podéis leer el artículo que le dedicaron a la fiesta en el Evening Post

Podemos decir que el Duque de Sutherland y el Doctor Haden fueron los pioneros en los entierros ecológicos.  

La empresa https://sussexwillowcoffins.co.uk/ actualmente fabrica féretros basados en esta idea.

Paloma Contreras

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