Mujeres Ilustres: Ana Bolena

 

Tal día como hoy, en 1536, Ana Bolena fue decapitada por orden de su marido, Enrique VIII, acusada de adulterio.

 

Entró en la corte inglesa como dama de honor de Catalina de Aragón en 1522, pero no fue hasta 1525 cuando Enrique VIII se enamoró de ella. Y le escribió muchas cartas, 17 para ser exactos, en las que le prometía amor eterno, pero no fue hasta 1527 cuando decidió hacerle casito al rey pues en su última misiva le prometía “siempre honraros, amaros y serviros”.

Tal era su cabezonería, que le pidió al papa la nulidad del matrimonio con Catalina de Aragón porque sí, porque se había cansado, con la excusa de que ella era la viuda de su hermano Arturo. La iglesia de Roma le dijo que no se la daba, y él airoso, estuvo dos años bregando con la iglesia hasta que decide romper con ella, por su lado católico, y aceptar el anglicanismo, por el que había librado batallas para erradicarlo. Si no viene de aquí el dicho “pija dura no cree en Dios” cerca le andará.

Así que en 1533 Enrique y Ana se casaron en secreto en una capilla privada que tenía en palacio. A su vez, el arzobispo de Canterbury declaró la nulidad del matrimonio con Catalina de Aragón.

De la noche de bodas nacería en Septiembre su primera hija, Isabel, la futura reina Isabel I.

Ana estaba muy contenta, pero Enrique lo que quería era un hijo varón que perpetuara su apellido. Después de tres abortos, Ana dio a luz a un varón, al que llamaron Eduardo, pero que solo sobrevivió unas horas.

Para el rey su matrimonio estaba maldito, y se obsesionó con ese tema. Con ese y con que ya se había enamorado de la que sería su tercera esposa, Jane Seymur. Así que para deshacerse de Ana, le acusó de adulterio.

El 2 de Mayo de 1536 fue detenida por traición a la corona y encerrada en la Torre de Londres. Su juicio, por llamarlo de alguna manera, se celebró el día 16 de Mayo, juicio que la condenaría a muerte.

Ella, en sus últimas horas, bromeaba con que el verdugo era muy bueno y su cuello bastante fino. Aún así, Enrique VIII tuvo la deferencia de hacer venir al reino al mejor espadachín de Francia, pues el hacha no siempre mataba en el primer intento. Más majo.

Ana Bolena fue acompañada hasta el patíbulo por sus damas de honor, que lloraban desconsoladas. Ana vestía un traje de corte muy bajo, de color casi negro, con una enagua roja: el rojo es el color litúrgico del martirio para los católicos.

Las damas le ayudaron a desvestirse, retirando su capa y collar. Ella misma se colocó el vendaje en los ojos. Se arrodilló, y mientras rezaba, su verdugo blandió la espada y la decapitó.

Habían estado tan ocupados con los preparativos que nadie se preocupó en conseguir un ataúd. Así que poco antes, fueron a la armería, y después de vaciar un baúl que contenía flechas, lo depositaron al lado del patíbulo para guardar los restos de Ana.

Sus cuatro damas recogieron la cabeza y la envolvieron en una sábana blanca, así como el resto de su cuerpo. Ellas mismas despojaron del cuerpo sus lujosas vestimentas, cosa que solían hacer los verdugos como “premio” para luego revenderlas, pero el rey no quiso que se comerciara con las reliquias de su esposa.

Fue enterrada en una tumba sin nombre, a lado de la de su hermano, quien había sido ejecutado en la Torre dos días antes.

Al día siguiente, el afligido viudo, anunció su compromiso con Jane Seymur, la que fue su siguiente esposa. Ella por fin le dio aquello que tanto deseaba, un hijo varón, pero fue la justicia divina la que hizo que subiera al trono Isabel I, la hija que tuvo con Ana Bolena.

Pocos restos quedan de Ana Bolena porque D. Enrique se encargó de destruir todo recuerdo de ella. En 1876 la reina Victoria ordenó la restauración de la iglesia San Pedro ad Vincula, se identificaron los restos de Ana Bolena y se colocó una losa sepulcral acompañada de una inscripción.

 

La leyenda cuenta que su fantasma decapitado sigue vagando por la Torre de Londres. Además hay un pequeño monumento en forma de cojín de cristal en el lugar donde fue decapitada

 

 

 

Paloma Contreras

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