Mujeres Ilustres: Carmen de Burgos, Colombine

 

 

Transgresora, poco le importó ponerse el mundo por montera, amar sin condiciones y a pesar de las zancadillas que le pusieron en su círculo más cercano, perdonar como sólo sabe perdonar una madre.

Ya teníamos ganas de dar a conocer a esta mujer. Dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio y el de Carmen de Burgos o “Colombine” debiera ser un sitio reconocido, no en un rincón de la historia. Después de todo lo vivido y conseguido durante su vida, durante la época más negra de España se la consideró tan “rebelde” que sus libros fueron prohibidos desapareciendo de librerías y bibliotecas.

Carmen de Burgos fue una mujer de rompe y rasga. Nacida en Almería, ¿su año de nacimiento? Un misterio, pues esta mujer de ojos negros y rizos alborotados casi siempre se quitaba algún año a la hora de decir cuando había venido al mundo. Para seguir con la duda se barajan los años 1867 o 1879, así que el lector escoja, seguramente ella habría elegido 1879.

Su infancia fue privilegiada; su padre, vicecónsul de Portugal en Almería, era un potentado terrateniente y entre las tierras del cortijo y sin preocupaciones se crió nuestra niña Carmen. Pero el tiempo pasa y la niña se convierte en una adolescente de raza; curvas marcadas, recia, con una elegancia innata, vamos, como solía decir mi abuela: una buena moza.

Con la adolescencia en plena ebullición recibe una carta de amor. ¿El remitente? Arturo Álvarez Bustos, periodista, hijo del gobernador civil de Almería, doce años mayor que ella y con un objetivo metido en la cabeza: conseguir el amor de Carmen. Ella, cegada ante mil y una zalamerías, cae en los brazos de Arturo y finalmente se casan, cuando Carmen tenía 16 años.

La misma noche de bodas Carmen abrió los ojos ante la realidad; el galán dejó atrás sus halagos para demostrar su verdadero yo: un ser zafio, bebedor y con la mano ligera, muy ligera. Carmen comenzó el calvario de los malos tratos constantes por parte de su marido. Esa mujer lozana y con arrojo poco a poco fue perdiendo su energía, y terminó de perderla cuando tres de sus bebés fallecieron al poco de nacer; había llegado al límite.

Pero un nuevo embarazo la hizo resurgir, y esta vez Carmen se plantó. Comenzó a estudiar a escondidas para sacarse el título de maestra; noches en vela pegada a los libros con una bebé, mientras su marido seguía con sus parrandas nocturnas. Conseguido el título, obtiene plaza por oposición para ser maestra en una escuela de Guadalajara, así que con todo el valor reunido y sabiendo que tarde o temprano su vida o la de su hija correrían peligro, Carmen lo abandonó sin importarle que el divorcio no estuviera legalizado en aquella época.

Sin mirar hacia atrás llega a Guadalajara; su trabajo como maestra está bien, hay que comer, aunque Carmen lo que realmente ansía es poder desarrollar su faceta de escritora.

Se traslada a Madrid donde su tío Agustín de Burgos le presenta algunos contactos. Carmen ya le había dedicado el primero de sus libros, Ensayos literarios. Dejando perplejos a muchos por priorizar por un trabajo que le gustaba en lugar de ser una mujer atada a una cocina, Carmen comienza una seria de colaboraciones con los periódicos de la época.

El Globo, El País o ABC son algunos de los rotativos que la ponen en cabecera como autora de opinión. En su columna llamada Notas femeninas, Carmen comienza a dar pública opinión sobre asuntos que en aquellos tiempos eran impensable;, artículos como “La mujer y el sufragio” o “La inspección de las fábricas obreras” pueden dar una ligera idea de la semilla que comenzaba a germinar en el interior de la escritora.

La oportunidad de oro -y merecida- llega cuando Augusto Suárez de Figueroa funda el Diario Universal y la contrata como redactora. Suárez fue clave en su vida pues Carmen hasta entonces había utilizado algunos seudónimos: Honorine, Marianela, Gabriel Luna o Perico el de los Palotes, entre otros. Augusto fue el que la recomendó que para esta nueva etapa utilizara un nuevo seudónimo: “Colombine”. Pero que Augusto la contratara no le hizo sólo cambiar de nombre, gracias a ese contrato a Carmen se le reconocía por primera vez en España como periodista profesional, todo un hito.

La columna de Colombine llamada Lecturas para la mujer comenzó a ser molestas para algunos sectores de la sociedad. En ella, Carmen seguía tratando temas más popularizados en el resto de Europa; moda, modales y sobre todo uno en concreto: el divorcio. Tema peliagudo pues España estaba a años luz del resto de Europa, y por ello recibió ataques por parte de los sectores más conservadores y de la iglesia llegando a desacreditarla. Aunque también tuvo quien le apoyó y encomió a seguir escribiendo como lo hacía: Giner de los Ríos y Blasco Ibáñez fueron algunos de ellos.

El detonante a sus ideales llega a finales de 1906: Carmen lanza una campaña a través de una columna titulada El voto de la mujer; había que poner tierra de por medio. Rodríguez-San Pedro, Ministro de instrucción Pública por aquel entonces, la “traslada” a Toledo. No fue impedimento, Carmen realizaba sus cometidos como profesora y los fines de semana volvía a Madrid para continuar con “La tertulia modernista”, creada por ella. En esas reuniones se congregaban escritores, periodistas, músicos y poetas llegándose a convertir en un referente en la capital.

Lo que no se esperaba Carmen absorta en sus clases y sus artículos, es que en una de esas reuniones conocería a Ramón Gómez de la Serna. Por aquel entonces, Ramón tenía 18 años y era un desconocido. Carmen se sintió atraída por él, debió de pensar que ya había vivido una relación con un hombre bastante mayor que ella y que ahora cambiaban las tornas, y no le importó.

En el plano profesional Carmen seguía escociendo a la sociedad con sus artículos y en 1909 viaja hasta Melilla para cubrir las noticias de las tropas españolas establecidas allí. Este hecho la hizo ser la primera mujer corresponsal de guerra; convivió con los soldados y oficiales de artillería, allí se convirtió en la madre de los soldados. Verlos partir sin saber si los volvería a ver le hizo que le invadiera el sentimiento de amor maternal. A su vuelta a la península escribe el artículo ¡Guerra a la guerra! donde defendía públicamente la objeción de conciencia.

Carmen no tenía miedo, siguió trabajando como corresponsal. Le daba igual meterse entre los disparos o casi morir fusilada cuando le tomaron por una espía rusa. Ella era periodista, un periodismo vivo, de cuerpo a cuerpo.

Esta mujer parecía predestinada a vivir rodeada de mil batallas, unas reales por su trabajo y otras personales, como con su relación con Ramón. La diferencia de casi 20 años entre Carmen y Ramón hizo que en cuanto fue público el idilio, se levantaran ampollas en la sociedad. El primero, el padre de Ramón, que en cuanto se enteró mandó a su hijo a Francia. De nada valió, ellos se amaban y si Carmen no tenía miedo en decir sus opiniones ni estar rodeada de balas, imaginaros el miedo que podía tener por amar a alguien menor que ella. Ninguno. Ni corta ni perezosa realizó un viaje a París, allí Ramón y ella afianzaron su relación y ambos volvieron a Madrid donde comenzaron a vivir juntos. Eran los mejores amigos, se admiraban mutuamente y aunque a Carmen se le conoce como la “amante” de Gómez de la Serna esto es una falacia. Eran dos personas libres de amar y ambos se enamoraron, fueron casi 20 años de relación donde lo único que les separó fue el trabajo.

Pero un nuevo golpe hizo añicos el corazón de Carmen. En diciembre de 1929 Ramón estrenó en el Teatro Alcázar de Madrid su obra “Los medios seres”. Una de las actrices del reparto era María Álvarez de Burgos, hija de Colombine quien se emperró en que Ramón le diera un papel en la obra. La joven había vuelto de Argentina tras un matrimonio frustrado y corroída por la adicción a las drogas. Así que entre lecturas de libretos y horas interminables de ensayos Ramón y María se hacen amantes. Carmen se entera esa noche.

Ramón y María se marchan a París, lejos de los mentideros madrileños y donde podrían dar rienda suelta a su nueva relación. Carmen se queda en Madrid, sumida en el dolor, pero sería por poco tiempo. La adicción de María era tan grande, que en una de sus crisis vuelve para pedir amparo a su madre. Carmen por supuesto la acogió sin preguntar, María “su niña”; por ella había abandonado a su marido, por ella había peleado y por ella dejaría el dolor a un lado para apoyarla y amarla como su madre.

Pero el corazón de Carmen ya estaba agrietado; aún así siguió con una fuerza interior digna de elogio. No paró, corría el año 1931, aires de renovación inundaban el país; se proclama la Segunda República y en la nueva constitución se reconoce por fin el divorcio, el matrimonio civil y el voto femenino. Carmen se sentía feliz.

Renovada en espíritu se afilia al Partido Republicano Radical Socialista, se le nombra “presidente”- no amigos no, en aquella época no existía el término presidenta- de la Cruzada de Mujeres Españolas y de la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Iberoamericanas. También es elegida “vicepresidente primero” de la Izquierda Republicana Anticlerical y en 1931 ingresa en la masonería donde funda la Logia Amor siendo la Gran Maestre.

Pero aunque Carmen se sentía con fuerzas, su corazón no. El 8 de octubre de 1932 participando en una mesa redonda sobre educación sexual en el Círculo Radical Socialista, Carmen comienza a sentirse mal; su corazón se paró. Rápidamente se la traslada a su casa, donde tres médicos la atienden, entre ellos Gregorio Marañón, su amigo. Todo el esfuerzo de los médicos por volver a traer a la vida a Carmen fue en vano, a las dos de la madrugada del día 9 de octubre dejaba de latir para siempre el corazón de una gran mujer, defensora de papel social y cultural de la mujer, independiente, y feminista, aunque ella odiaba ese término.

Fue enterrada en el cementerio civil de Madrid, a su sepelio acudieron los principales intelectuales y políticos de la época. La última tertulia de Carmen.

 

 

Clara Redondo

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